Entretenimiento doméstico.
Frank, recién regresé de tender la ropa.
Hace tres semanas que aprendí a usar la lavadora con finalidades de limpieza de prendas íntimas, sábanas y pijama. Y me ha pasado justo como con el barrer: me entretengo de lo lindo.
La respuesta más obvia y acertada que no faltará en la mente de más de alguna persona lectora:
"Claro, pero inténtalo hacer diario durante diéz años y a ver qué tal".
Tal vez si pensara en los años que me quedan de barrer y tender ropa me angustiaría y sufriría cada ínfimo instante de la doméstica tarea, pero no lo pienso, sólo lo hago.
Claro está que lo hago sin tener una lista de mil cosas en espera de ser hechas cargo. No, es más bien como una actividad de media tarde desierta, de esas tardes de domingo que nacieron muertas y que en realidad son el tiempo y la cosa más inerte que hay. Incluso en días en que hay una fiesta, la tarde de domingo se filtra y lo extermina todo. Claro que para la noche ocurre el milagro y todos resucitan, ya sea para acabar de festejar o terminas las postergadas tareas escolares.
Y yo estaba ahí, con parsimonia de niño que no sabe de prisas acomodando cada prenda en la lavadora, restregando un poco este o aquel calcetín, dejando a la sabia máquina hacer su trabajo, regresando horas después y tendiendo todo con los míticos ganchitos o como se llamen.
Y ya no pienso en nada, sólo tomo cada prenda, la tomo con cuidado y delicadeza, la acomodo, la aliso un poco, que todo esté bien y al tendedero. Sin pensar nada. Otra prenda, lo mismo. Y así hasta que todo ha acabado.
Paz insulsa.
Son momentos en que no hay nada.
Son momentos tranquilos.
Y...
Espero que dentro de diez años...
Sigan siéndolo.
Nos vemos.
Hace tres semanas que aprendí a usar la lavadora con finalidades de limpieza de prendas íntimas, sábanas y pijama. Y me ha pasado justo como con el barrer: me entretengo de lo lindo.
La respuesta más obvia y acertada que no faltará en la mente de más de alguna persona lectora:
"Claro, pero inténtalo hacer diario durante diéz años y a ver qué tal".
Tal vez si pensara en los años que me quedan de barrer y tender ropa me angustiaría y sufriría cada ínfimo instante de la doméstica tarea, pero no lo pienso, sólo lo hago.
Claro está que lo hago sin tener una lista de mil cosas en espera de ser hechas cargo. No, es más bien como una actividad de media tarde desierta, de esas tardes de domingo que nacieron muertas y que en realidad son el tiempo y la cosa más inerte que hay. Incluso en días en que hay una fiesta, la tarde de domingo se filtra y lo extermina todo. Claro que para la noche ocurre el milagro y todos resucitan, ya sea para acabar de festejar o terminas las postergadas tareas escolares.
Y yo estaba ahí, con parsimonia de niño que no sabe de prisas acomodando cada prenda en la lavadora, restregando un poco este o aquel calcetín, dejando a la sabia máquina hacer su trabajo, regresando horas después y tendiendo todo con los míticos ganchitos o como se llamen.
Y ya no pienso en nada, sólo tomo cada prenda, la tomo con cuidado y delicadeza, la acomodo, la aliso un poco, que todo esté bien y al tendedero. Sin pensar nada. Otra prenda, lo mismo. Y así hasta que todo ha acabado.
Paz insulsa.
Son momentos en que no hay nada.
Son momentos tranquilos.
Y...
Espero que dentro de diez años...
Sigan siéndolo.
Nos vemos.