Desde el Estigia y a través del Leteo.

Soy Pepe y estoy aquí, ¿puedes verme? Sólo quiero mirar y hablar un poco, mirando a través del río terrible que es el Estigia, y pasando con cuidado por el Leteo, que en cualquier momento y descuido se comerá todos los recuerdos.

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Nombre: Pepe
Ubicación: Ninguna, Región este.

Érase yo, y me perdí, desde entonces vago. Me gusta platicar, me gusta admirar, me gusta contar, y si no hay nada más, vamos a gritar. Si la tranquilidad es adecuada, dormiré, mayor delicia no hay.

domingo

Frío~


Comienza a hacer frío.

"Comienza a hacer frío" pensó la estatua. Y como no había novedad en su vida, repitió el pensamiento varias veces. El frío mientras tanto cambiaba poco a poco, a veces helaba, a veces no tanto. Ráfagas de viento aumentaban la intensidad de la gélida sensación, y a veces un poco de sol filtrado entre nubes daba la ilusión de que mermaría aquella heladez. Pero como nada de esto lo podía sentir la estatua, seguía pensando lo mismo: "comienza a hacer frío".

Yo en lo personal, caminé por el pasillo y pensé "comienza a hacer frío", y luego me sonreí. Pensé en lo delicioso que sería sumergirme en la cama calientita, o incluso fría pero que habría de calentar. La estatua era diferente, ni caminaba por pasillos ni tenía una cama en la cual calentarse, estaba ahí parada como el día que la instalaron y estaría hasta que alguien más (persona, animal o cosa) la quitara o derribara). Así son las estatuas, más aún, así son las piedras. Y como toda piedra, mientras yo ya había pensado todo este párrafo, ella sólo había repetido en su mente: "comienza a hacer frío".

Y tardó un tiempo hasta que esa simple frase le fue tan común a su pensamiento que ya siempre estaba ahí, como un eco, como un escenario. Y la estatua ya no pensaba "comienza a hacer frío", pues de alguna manera ya siempre lo estaba pensando. Así es la memoria de la piedra, permanente una vez que labras en ella.

El frío arreció y ya nadie salía a la calle, salvo la apesadumbrada madre que corría entre las calles a casa del doctor por auxilio. Era una carrera frenética pero silenciosa. Un extraño espectáculo. Si nunca lo has vivido, creerías que es tal cual se ve: silencioso, blanco, hasta suave. Pero cuando lo has vivido, sabes que tu respiración retumba en todo tu ser, que los pies se tropiezan con todo, que la nieve obstaculiza y alenta cualquier movimiento, que la vista se nubla y entonces un pequeño quejido desde el fondo de los pulmones se escucha. Sin olvidar que en la mente hay una suerte de caos, un pensamiento de fondo se repite con mil voces distintas sin acabar de ser distinguible, pero que de todos modos sabes lo que es. Un pensamiento del que sólo puedes saber que es apremienta, y que no tratas de aclarar porque, de todos modos, ya lo conoces, y peor aún, sabes que no quieres recordarlo aunque sería imposible olvidarlo.

Se parecen un poco, pensamiento atropellado de la madre y el eterno de la estatua, mentira: no se parecen en nada. Es posible en una semana el pensamiento de la madre haya cambiado pero el de la estatua seguiría igual. No tiene mucho qué pensar pues, y no se le ocurría poder pensar un poco más a pesar de la capacidad. Tener la capacidad de pensar, pero no la capacidad para saber y, por tanto, reflexionar... parece paradoja, pero así es el mundo. Ni siquiera cuando el cincel le forjó la cara y le dio ojos que le permitieron ver, cambió lo que pensaba (piensa, pensaría).

Bueno, eso no es del todo cierto...

Sí había algún que otro pensamiento nuevo, pero que de inmediato convertía en pesado e inamovible pensamiento de piedra.

Como cuando la nieve cubrió sus ojos y entonces de dio cuenta:

"Comienza a hacer frío".