Era la media noche...
Era la medianoche...
Sí, debieron ser las tres o cuatro de la medianoche.
Y te despiertas.
Así, de la nada. Te despiertas.
Y ya estás despierto.
¿Y ahora qué?
Bueno, tomemos un vaso de agua, eso siempre es bueno.
Un poco de agua a la medianoche. Sí, siempre es bueno.
Tus pies descalzos tocan el piso frío.
Te encanta andar descalzo a nadie se lo ocultas.
Es más...
Lo presumes.
Y así, tus plantas reciben el frío contacto del suelo.
Fueran carbones ardientes, pero no, es piso normal.
Del que es frío.
Y caminas.
Tomas el vaso.
Tus labios transitan el agua.
Y te diriges de regreso a casa.
Es un decir.
La casa es dónde se está cómodo.
A medianoche, la casa es la cama.
O el suelo, o la tierra, difiere según la persona.
En este caso, es la cama. Y regresas a ella.
¿Viaje sin contratiempos?
Me temo que no.
Haz sentido un escalofrío.
¿Y qué pasa entonces?
Pues lo obvio, te recuerdas que has traído fiebre.
Y fue como una fiesta de cumpleaños.
De esas que son sorpresa.
En cuanto te das cuenta del primer invitado, los demás saltan.
Así fue esto.
Te da un escalofrío y te das cuenta de la fiebre.
Entonces, echas las presentaciones, todo tu cuerpo tiembla.
Sí, ya no una pierna, o un sector aislado de tu estómago.
Todo tú.
Tiemblas.
Te acuestas de todos modos, a la medianoche no hay mucho que se pueda hacer.
Te acuestas y te sientes hervir y con frío.
Tal vez por eso te sientas mal, por la contradicción más que por otra cosa.
Te acuestas pues.
Te cubres con la sábana.
Que no es suficiente.
Y usas la colcha o lo que sea que uses en noches frías.
Suerte que ha estado haciendo frío.
O no habrías estado preparado.
Acostado.
Encolchado.
Y resuelves el enigma.
"Me levanté por la fiebre".
El preludio a una hora de escalofríos antes de dormir.
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